La razón es esa vivencia tan intensa llamada Erasmus, algo que sin duda hace falta vivir. En ella aprendes a madurar, a ver las cosas importantes en la vida, y sobre todo a arreglar tus problemas tu mismo, pero lo que más aprendes es a querer a los demás, formas tu propia familia, esos otros aventureros que tuvieron la misma suerte que tu acabando en el mismo sitio.
He de decir que yo no estaba en una gran ciudad ni en un lugar de fiestas astronómicas, pero aprendí a valorar donde estaba, sobre todo por con quien estaba.
Allí conocí a gente de diversas partes del mundo, que a día de hoy puedo decir que los extraño como si de amigos de toda la vida
se tratara, porque ellos me conocieron en mi estado puro, con mis días buenos y los no tan buenos, y supieron estar allí en todos.
Ahora me encuentro de vuelta en Ourense, tras 7 meses de llantos, risas y enfados, y solo tengo buenas palabras para la gente que allí conocí.
A algunos los veré mas, a otros menos, pero sé que todos estarán siempre en mi corazón, porque se ganaron un sitio especial.
Sobre todo con una especial, una chica que llego a Vannes con sus dos maletas, unos conocimientos muy básicos de francés y un corazón enorme preparado para dar su amor lejos de su país natal, Venezuela: Carolina.
Con ella viví las emociones más intensas, desde llantos por la
ausencia de los seres queridos, hasta la alegría de una visita muy esperada.
Con ella tuve mis más y mis menos, pero pese a todo lo malo que pasamos y nuestras grandes peleas (la última la peor de todas, y lo que es peor, la despedida que no se produjo) ahora sé que en ella encontré un apoyo incondicional que me hizo falta tantas veces y en todos mis días de lágrimas. Sin ella yo hubiera abandonado el Erasmus en el primer semestre, y tengo que agradecerle que estuviera ahí para darme ánimos para seguir, porque gracias a eso pude disfrutar de mucha mas gente, otras ciudades y sobre todo, unas reuniones más que entretenidas.
A día de hoy todavía recuerdo mi amago de hacer callos... pese a no tener los ingredientes necesarios acabamos comiendo como salvajes, pero lo que más recuerdo de ese día no fue la comida, sino quien se la comió, nunca habría imaginado ver a una gallega, una canaria, una venezolana y una ¡CHINA! comiendo cuchara en mano una gran olla de callos.
Aunque lo más satistactorio de ella fue su fuerza y dedicación para aprender aquel idioma que en un principio nos sonaba a japonés, y que tras mucho machacar, estudiar y repetir empezó a salir por su boca, casi sin darse cuenta, aquel día en casa de Joanna, intentando y consiguiendo explicarse en francés y lo atónitas que nos quedamos todas mirando para ella, como hablaba, como se expresaba, como se hacía entender tras solo 3 meses en el país galo.
Sólo espero que en algún momento la vida nos vuelva a unir, eso si, sin la experiencia de estar en la UBS, puesto que la facultad no era de las mejores, y su ayuda era más bien obstáculos que tuvimos que saltar.
Si siguiera contando anécdotas de lo vivido estos meses la entrada no me llegaría, ni tampoco una semana para poder escribirlo todo.
Ahora ya toca volver al mundo real, a la monotonía de la facultad de siempre, y con unas ganas increíbles de volver a aquel pueblo al que consideraba aburrido y muerto que tanto echo de menos.
Conclusión:
Está claro que lo peor del Erasmus es su final, las lágrimas que caen cuando te ves alejando de allí por última vez y sabiendo que si vuelves no estarán todas las personas que tanto echas de menos, con las que tantas cosas compartiste y que tanto te van a faltar para compartir las que pasen a partir de ahora.

